Esperé a ver si regresaban el aturdimiento o el dolor, sabedora de que este último volvería antes o después. Había roto mis propias reglas. Me había acercado a los recuerdos, había ido a su encuentro, en vez de rehuirlos. Había oído la voz de Edward con una total nitidez y, por tanto, estaba segura de que lo iba a pagar caro, en especial si no era capaz de que regresar a la neblina para protegerme. Me sentía demasiado viva, y eso me asustaba.
Pero la emoción más fuerte que en estos momentos recorría mi cuerpo era el alivio, un alivio que surgía de lo más profundo de mi ser.
A pesar de lo mucho que pugnaba por no pensar en él, tampoco intentaba olvidarle. De noche, a última hora, cuando el agotamiento por la falta de sueño derribaba mis defensas, me preocupaba el hecho de que todo pareciera estar desvaneciéndose, que mi mente fuera al final un colador incapaz de recordar el tono exacto del color de sus ojos, la sensación de su piel fría o la textura de su voz. No podía pensar en todo esto, pero debía recordarlo.
Bastaba con que creyera que él existía para que yo pudiera vivir. Podría soportar todo lo demás mientras supiera que existía Edward.

0 comentarios:

Publicar un comentario